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La mitad del mundo, sin agua potable en 2050

Tan sólo hace 200 años la población del mundo contaba con no más de mil millones de personas. Gracias a la modernización, la industrialización, las mejoras en la sanidad y la agricultura, la esperanza de vida ha aumentado considerablemente. Tan considerablemente que ha resultado en un incremento dramático de las habitantes del mundo: Según cálculos de ONU actualmente somos en torno a 7,5 mil millones. Y aunque la tendencia de este crecimiento intensivo está bajando en los últimos años, para 2050 está previsto que seamos alrededor de 9 mil millones de habitantes.

Sin embargo, esto tiene sus implicaciones, siendo la más visible el aumento de la demanda de agua potable. Se calcula que casi todo el crecimiento previsto será en países en vías de desarrollo, donde proporcionar el suministro de agua y servicios básicos para la población ya resulta un esfuerzo notable.

No obstante, donde hay sed, hay hambre también. Actualmente alrededor del 70% de los recursos de agua dulce se están utilizando en la agricultura. Y con más gente, este número sólo va a crecer. La producción de alimentos también está previsto que aumente. Teniendo en cuenta además la demanda de la industria de la energía, del textil y del transporte, sólo por nombrar algunos, parece que en el futuro cercano vamos a necesitar mucha más agua de la que tenemos a nuestra disposición. Su suministro no es infinito. El 70% de la superficie de la tierra es agua, pero de ese volumen constante, sobre 1.386.000 metros cúbicos, el 97,5% es agua de mar no apta para el consumo humano.

Los científicos alertan de que la mala administración de los recursos y el cambio climático pueden tener consecuencias catastróficas si las autoridades no unen sus esfuerzos para mejorar y optimizar su consumo y gestión. Si no se hace algo, hay altas probabilidades de que surjan tensiones políticas, movimientos masivos de refugiados ambientales e incluso guerras.

Sin embargo, las noticias no sólo son malas. Evitar esto está en nuestras manos. Se puede empezar con controlar la actividad humana, que en las últimas décadas ha dejado su marca en el consumo de agua y el cambio en el clima, como la erosión, contaminación y el drenaje de los ríos y acuíferos subterráneos. No obstante, cuando es demasiado tarde para estas medidas preventivas y la población se enfrente ante sequías o una grave falta de agua potable, aún se puede hacer algo.

Algunas naciones ya han encontrado su solución, y parece que si existe la intención se puede aplicar con el mismo éxito a otros lugares que sufren de una manera similar. Como por ejemplo, el caso de Australia, que sobrevivió su “Sequia del milenio” de 1997 a 2009 implementando rápidamente medidas que redujeron a la mitad el consumo de agua empresarial y residencial. Richard Damania, economista principal del World Bank’s Water Practice, explica que la clave para esta estrategia fue poner un precio al agua, haciéndola una mercancía comerciable.  Así, si tú tienes agua, pero no produces un cultivo de gran valor, puedes venderla a alguien que produce algo de mayor valor.

Otra estrategia que nos puede servir como buen ejemplo es la de Israel. Allí reciclan el agua efluente del uso humano, incluso las aguas residuales domésticas, y así cubren hasta el 40% de las necesidades de la agricultura del país. Además, Israel es uno de los líderes en desalinización, llegando a potabilizar el agua de mar para más de la mitad de la demanda nacional. Desalinizar parece que pueda ser la solución que nos salve de la falta de agua para siempre, pero, por desgracia, no se pude aplicar en cualquier lugar.

Los principales obstáculos a este sistema son los precios, mucho más altos que el proceso de potabilizar agua dulce, y el masivo residuo de sal que debería eliminarse de alguna manera. No obstante, Israel no ha pasado de ser el país más seco a tener un excedente de agua potable sólo gracias a su riqueza. Una gran parte en este cambio ha ocurrido también gracias a las campañas nacionales para ahorrar agua.

Así, por ejemplo, en 2008, después de una década de sequía extrema, Israel estaba al borde de un gran desastre. El nivel de una de sus fuentes principales de agua dulce, el mar de Galilea, había bajado tanto que parecía que la infiltración de agua salada, y con ello la ruina del lago, era inevitable. Pero las autoridades impusieron restricciones, que todos los ciudadanos obedecieron (incluso granjeros temerosos de perder sus cosechas), y de esta forma consiguieron salvarlo.

Antes la misma crisis, en Siria ocurrió todo lo contrario. Los granjeros, nada dispuestos a perder la cosecha de un año, empezaron a perforar pozos cada vez más profundos a pesar de los avisos. Al final, los pozos se secaron totalmente, algo que derivó en la migración de más de un millón de personas hacia las afueras de Alepo, Homs, Damasco y otras grandes ciudades, con el objetivo de buscar trabajo allí. Según los autores de “Climate change in the Fertile Crescent and implications of the recent Syrian drought”, este conflicto pudo ser el desencadenante del conflicto bélico en Siria.

Es cierto que el agua puede dividir a la gente, pero también la puede unir. Algunos en Israel ya están mirando en esta dirección, previendo un proceso de despolitización del agua. El científico Edo Bar-Zeev, del Zuckerberg Institute for Water Research de Israel, tiene planes ambiciosos para organizar la conferencia “Water Knows No Boundaries” en 2018, invitando a científicos de Egipto, Turquía, Jordania, Israel, Cisjordania y Gaza, y en la que espera que también se puedan unir los viejos enemigos frente la causa común.

Sin embargo, para los países que tienen grandes cantidades de agua natural o lluvia hay una solución más barata y más adecuada: la captación de agua de lluvia. En Turquía, cerca de Estambul, la Cisterna Basílica, que fue construida en 527 – 565 A.C., puede capturar hasta 80.000 metros cúbicos de agua de lluvia.

Como hemos visto, existen soluciones para enfrentar este problema que está cada vez más presente. Pero lo más importante es reconocer su existencia y dar el primer paso, tanto a nivel global como a nivel personal.

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